lunes, 21 de enero de 2013

Borges, por Jorge Garayoa


BORGES
(de Jorge Garayoa)

“Es el amor –escribió Borges–
tendré que ocultarme o que huir”.
Indigna encrucijada para un creador.
Penosa y sin salida.
He aquí la más grandiosa ironía
que nos haya regalado.
Para el fastuoso historiador del alma,
para el alquimista inmenso
que convirtió al universo en la poesía,
–para Borges nada menos–
amor rimaba con dolor y no con alegría.

¿Por qué no vio su error de ortografía?
¿Por qué su miedo?
Quizás cuando sus cosas,
“el bastón, las monedas, el llavero”,
todavía homenajeaban a sus ojos,
los contornos diluidos del amor
ya le otorgaban la condición de ciego.

“El horror de vivir en lo sucesivo”
opinó frente al amor, le dio ese nombre
en lo más alto de su literatura
y en lo más bajo de su hombre.

Tal vez el horror estaba allí,
en su “vaga erudición”
(una elegante manera de anunciar
que su saber monumental no le alcanzaba,
un estilo literario de la angustia).
Quizás hubo un grito de espanto en sus labios
al pensarse con mayor conocimiento,
al percibir que, unos pasos adelante,
una obsesión lo esperaba noche y día.
Una entre todas.
Ni el laberinto aquél ni le minotauro,
sino el espejo.
Y en el reflejo, su cara.
Pero la cara de un Borges de más alta jerarquía,
un hombre pleno de amor,
un Borges sabio.
El que escribió –fatal– en su relato.
El inmortal.

Lo que he dicho no es más que una simple conjetura.
Pero si fuera verdad,
¿por qué no aceptar, entonces, aquel secreto rumor
que hablaba de algún Maestro, de una traición
y de Borges?

Un añejo vecino de la calle Guatemala lo asegura.
Lo suyo no es teoría sino recuerdo.
Jura saber que Borges
decidió degradar a sus colores.
Que gastó su arcoiris en las ficciones
olvidando la prosa de su vida.
Que en esa prosa surgía alguna rosa ocasional.
Pero gris. Siempre gris.

Quizá es por eso que decidió también
vivir su perversión más inaudita.
Cometió el peor de los pecados
que un hombre puede cometer.
No fue feliz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario