Una vez soñé que
alguien me hacía reír con solo mirarme.
Un día imaginé que
caminaba por la calle e inventaba un verso.
Un día inventé un
verso y soñé que tenía a quién dárselo.
Llegué a mi casa.
Encendí la luz. Todo estaba igual,
Pero el verso estaba
más impaciente cada noche.
Nervioso.
Dándome patadas en
el vientre.
Dándome más y más
palabras.
Como esperando algo
que nunca llegaba, pataleaba.
Ahora el verso está
nadando en mi barriga.
De nuevo está
nervioso.
Quiere irse a algún
lugar que ni si quiera sabe donde está.
Pero quiere ir allí.
Quiere irse.
Quiere que le hagan
daño.
Quiere que le hagan
llorar.
Quiere reír.
Quiere volverse
loco.
Un verso quiere
volverse loco.
Y quiere ser más
verso que nadie.
Tiene miedo. Tiene
dudas….
y si no tengo tanto
ritmo como los demás?
Mil preguntas sin
respuesta.
Pero lo que le
importaba al verso era encontrar su estrofa.
Quería encontrar su
estrofa, para dejar de ser un verso suelto.
A si que salió al
mundo.
Solo.
A buscar, a
enloquecer, a ser él.
Solo él.
Y se dio cuenta que
solo podía ser él
En libertad.
Que era un verso
libre.
Pero él no sabía
que era eso de ser verso
Y menos aún, libre.
Pobre verso libre.
Por eso algunas
noches que
Salgo a pasear,
Lo encuentro
caminando solitario.
Mirando a todos
lados sin mirar.
Me roza tranquilo,
Como si no se
enterase
De que muero por
cogerlo.
Y cuando lo busco
No aparece.
Y cuando no quiero,
Él viene.
Solo, viene solo.
Fugaz, misterioso.
Pobre verso, pobre
verso libre.
Rosalía Rodríguez