lunes, 31 de marzo de 2014

Zbigniew Herbert- Juan Forn dice y yo agrego algunos poemas más

Zbigniew Herbert

Un polaco de a pie


Por Juan Forn

Dos poetas polacos ganaron el Nobel, Czeslaw Milosz y Wislawa Szymborska, y los dos decían que eran tres los que lo habían ganado porque cuando se escriben los nombres de Milosz y Szymborska se escribe en tinta invisible el de Zbigniew Herbert. No hablaban del pasado; hablaban de un poeta que había empezado a escribir después que ellos. Milosz ya había soplado las velitas de los cincuenta cuando pasó sus dos primeros años de residencia en Estados Unidos traduciendo 99 poemas de Herbert al inglés. Traducir 99 poemas no es gentileza ni visita turística: es irse a vivir a la poesía de otro. Szymborska también lo hizo, a su manera; así lo dijo cuando le dieron el Nobel: “Cada vez que leí un poema de Herbert me senté a escribir”. Yo no sé polaco, pero desde el primer poema de Herbert que leí quiero irme a vivir ahí.
Hay un poema suyo llamado “Cinco hombres”: van a fusilar a cinco hombres sin nombre, ya los sacaron de la celda, ya los pusieron contra el paredón, ya les dispararon, ya están “cubiertos hasta los ojos de sombra”, pero en el eco de los disparos se alcanza a oír como en una nube de qué hablaron en su última noche (“de sueños proféticos, de una escapada a un burdel, de autos, de naipes, de chicas, de frutas”) y en el techo del paladar se siente el sabor metálico de un minúsculo pétalo de sangre que se va esfumando hasta desaparecer. Leer ese poema es ser testigo, ser uno de los fusilados y ser uno de los que aprietan el gatillo y se van. Herbert era jovencito cuando lo escribió; acababa de terminar la Segunda Guerra. La resistencia polaca tenía algo hermoso: hacía terminar sus estudios a los jovencitos que interrumpían el secundario para entrar en la clandestinidad. Había profesores, les tomaban examen y hasta les daban diploma cuando se graduaban, en los sótanos donde estaban escondidos. Así se recibió Herbert, y así quiso seguir estudiando cuando terminó la guerra.
Pero eran nuevos tiempos y había nuevas reglas. Se matriculó en economía porque fue lo único que le dejaron estudiar en la universidad, después cursó leyes, y cuando pudo se pasó a filosofía, y cuando pudo se las arregló para abstenerse de la mascarada reglamentaria y rendirle cuentas a un solo tutor, el venerable Henryk Elzenberg, con quien logró repetir la atmósfera de educación clandestina que lo había formado, hasta que un día le dijo: “No me interesa ejercer la filosofía como profesión; prefiero seguir padeciéndola como emoción”. A partir de entonces alimentó ratas en un laboratorio de vacunas contra el tifus a cambio de que lo dejaran dormir ahí, fue sereno de la Unión de Compositores de Varsovia, vendía su sangre cuando necesitaba plata, el único trabajo que le daban eran suplencias como maestro de escuela, porque en la resistencia había pertenecido al bando anticomunista y no quiso cambiar de opinión cuando Polonia quedó para los rusos después de la guerra. No le importaba mayormente esa vida a salto de mata porque le permitía hacer lo que en realidad quería más que nada en la vida: viajar o, mejor dicho, pisar el pasado viajando, sentir en los pies los lugares donde habían sucedido los grandes momentos del espíritu que lo subyugaban. Y en la Polonia socialista, si convencías al Estado de que eras poeta, te daban una beca de un salario mínimo y un permiso para salir del país durante lo que te durara ese estipendio, el equivalente en zlotys de cien dólares actuales.
Con un poema llamado “Reporte desde el Paraíso”, Herbert logró engatusar a los cancerberos de la cultura, acceder a una de esas becas y salir por primera vez de Polonia (el poema: “En el paraíso la semana de trabajo es de treinta horas / los salarios aumentan y los precios bajan / y el trabajo manual no cansa por la falta de gravedad / al principio iba a ser diferente: pura luz, música, abstracción / pero no pudieron separar bien el alma del cuerpo / y empezamos a llegar con una gota de grasa, una hebra de músculo / y hubo que enfrentar las consecuencias / de mezclar un grano de absoluto con un grano de materia / la contemplación de dios es sólo para los cien por ciento pneuma / el resto está pendiente de comunicados sobre milagros e inundaciones / cada sábado al mediodía suenan las sirenas / y de las fábricas salen fumando los proletarios celestes / con sus alas bajo el brazo como violines”). Así empezó a viajar. Para que los zlotys le rindieran más hacía esos viajes caminando y dormía donde lo agarraba la noche. Recorrió a pie, en escapadas de cien dólares a lo largo de los años, todo lo que pudo de Grecia, y después de Italia, y después de Francia y Alemania, y por fin de su último amor, Holanda. Después volvía y escribía poemas que trataban de acceder a la noche de Pascal y a la ira de Aquiles, al aburrimiento de los dioses y a la alegría del primer Pitecantropus dibujando con el dedo en las cuevas de Altamira, al lugar donde Prometeo se tocaba con Vermeer y Paracelso con Beethoven, y cada uno de esos poemas era como un fragmento de la conversación de aquellos fusilados la noche antes de morir.
Para las autoridades socialistas era un católico anticomunista, para los católicos wojtilistas era un pagano solapado, para los disidentes ateos era un enfermo de leyendas, para los nacionalistas a la violeta era un enemigo de la patria, para los jóvenes transgresores era un enemigo de la vanguardia. Herbert ya había decidido dónde vivía, desde dónde hablaba (“En la ciudad estalló la epidemia / del instinto de conservación / como monóxido de carbono impregna casas templos mercados / envenena los pozos cubre de moho el pan las estructuras de la mente / la prueba de la existencia del monstruo son sus víctimas / no es evidencia directa pero alcanza”). No le hizo mayor diferencia cuando cayó el Muro y se disolvió la URSS: “Obtuvimos la independencia como un regalo de la Historia, no derramamos sangre por ella. Fue como si los comunistas dijeran un día: ‘No haremos más perradas, vamos a tomar un trago’, como le habla un polaco a otro. Nuestros mayores enemigos siguen siendo los de siempre: la hipocresía y la megalomanía, el narcisismo de los pobres de espíritu”.
En un poema llamado “Intento de Disolución de la Mitología” dice que los dioses se juntaron un día y decidieron abandonar el negocio y unirse a la sociedad racional para seguir tirando. A la caída de la tarde encaran hacia la ciudad con documentos falsos y un puñado de monedas de cobre en el bolsillo. Cuando cruzan un puente, Hermes se tira al río pero nadie atina a salvarlo; están demasiado ocupados tratando de decidir si es un buen o mal augurio, como polacos en una taberna. Poco antes de morir, cuando Milosz y Szymborska ya eran Nobel, y Polonia llevaba diez años libre y el desvelo colectivo en las tabernas polacas era el ingreso a la Unión Europea, Herbert escribió: “Vivir es como tejer, hay que atar el hilo nuevo al viejo. Antes de descender a la tumba el sayo debe estar terminado. Ahí sabremos qué clase de sayo es, qué partes están mal hechas y cuáles quedaron mejor. Es importante lo que eso dice sobre la propia vida, así como sobre la sociedad en que esa vida transcurrió”.

Poemas:

Abandonado

1

No llegue a tiempo
del último transporte

me quedé en una ciudad
que ya no es ciudad

no hay
prisiones
relojes
agua

disfruto
de unas soberbias vacaciones
extemporáneas

realizo largas excursiones
a lo largo de las avenidas de casas quemadas

avenidas de azúcar
de vidrios rotos
de arroz

sería capaz de redactar un tratado
sobre la súbita mutación
de la vida en arqueología

2

hay un enorme silencio

a la artillería de los suburbios
se le atragantó su propio valor

alguna vez
se oye tan solo
la campana murallas que se derrumban

y el leve tronar
de planchas que el aire balancea

hay un enorme silencio
antes de la noche de los depredadores

a veces
en el cielo aparece
un absurdo aeroplano

que lanza octavillas
incitando a la rendición

de buena gana me entregaría
pero no tengo a quién

3

ahora vivo
en el mejor hotel

el portero asesinado
sigue en su puesto en recepción

desde una colina de escombros
paso directamente
al primer piso
a los apartamentos
de la ex amante
del ex del jefe de policía

duermo sobre una sábana de periódicos
me cubro con un cartel
anunciador de la victoria final

en el bar quedaron
remedios para la soledad

botellas con un líquido amarillento
y una etiqueta simbólica

--Johnnie
levantando su sombrero de copa
se aleja raudo hacia Occidente

a nadie guardo rencor
por haber quedado abandonado

me faltó suerte y destreza

la bombilla
del techo
recuerda a una calavera boca abajo

espero a los vencedores

bebo por los caídos
bebo por los desertores

me deshice
de los malos pensamientos

me abandonó incluso
el presentimiento de la muerte

(Zbigniew Herbert. Poesía completa. Versión, prólogo y notas de Xaverio Ballester. Barcelona, Editorial Lumen, 2012).



POEMAS DE ZBIGNIEW HERBERT
Traducción: G. A. Chaves via Peter Dale Scott via Czeslaw Milosz)

CINCO HOMBRES
1
Los sacan de mañana
al patio empredrado
y los ponen contra el muro
cinco hombres
dos de ellos muy jóvenes
los otros de mediana edad
nada más
puede decirse sobre ellos
2
cuando el pelotón
apunta sus armas
todo de repente aparece
en la luz estridente
de la obviedad
el muro amarillo
el frío azul
y en lugar del horizonte
el alambre negro sobre el muro
ese es el momento
en que se rebelan los cinco sentidos
con todo gusto escaparían
como ratas de un barco que se hunde
antes que la bala llegue a su destino
el ojo percibirá el vuelo de proyectil
y el oído registrará un susurro de hierro
la nariz se llenará de un humo cortante
un pétalo de sangre cepillará el paladar
el tacto se contraerá y luego se aflojará
ahora yacen sobre el suelo
cubiertos en sombra hasta los ojos
el pelotón se retira
sus ojales correas
y cascos de hierro
están más vivos
que aquellos que yacen junto al muro
3
Yo no acabo de enterarme de esto
lo sabía desde antes de ayer
entonces por qué he estado escribiendo
poemas sin importancia sobre las flores
de qué hablaron los cinco
la noche antes de ser ejecutados
de sueños proféticos
de un escape a un burdel
de repuestos para carro
de un viaje por mar
de cómo cuando uno de ellos tenía espadas
no debió haber abierto en el juego de naipes
de cómo el vodka es mejor
después del vino te da dolor de cabeza
de muchachas
de frutas
de la vida
así que uno puede usar en poesía
los nombres de pastores griegos
uno puede intentar capturar el color del cielo en la mañana
escribir del amor
y también
una vez más
con un fervor muerto
ofrecerle una rosa
a este traicionado mundo



EPISODIO EN UNA BIBLIOTECA

Una muchacha rubia está inclinada sobre un poema. Con un lápiz filoso como una lanza, ella transfiere las palabras a una hoja en blanco y las convierte en trazos, acentos, hemistiquios. El lamento de un poeta caído se ve ahora como una salamandra que es devorada por las hormigas.
Cuando lo cargamos bajo el fuego de las ametralladoras, yo creí que su cuerpo, aún tibio, resuscitaría en sus palabras. Y ahora, mientras observo la muerte de las palabras, sé que no hay límite para la decadencia. Todo lo que quedará de nosotros en esta tierra negra será sílabas dispersas. Acentos sobre la nada y el polvo.





EL PARAÍSO DE LOS TEÓLOGOS

Pasadizos, largos pasadizos bordeados por árboles tan cuidadosamente recortados como los de un parque inglés. De vez en cuando un ángel pasa por aquí. Su cabello cuidadosamente rizado, sus alas susurran con el latín. En sus manos lleva un pulcro instrumento llamado silogismo. Camina rápido sin agitar el aire o la arena. Pasa en silencio por los símbolos tallados en piedra de las virtudes, las cualidades puras, las ideas de los objetos y muchas otras cosas completamente inimaginables. Nunca se pierde de vista porque aquí no hay perspectivas. Orquestas y coros permanecen en silencio y aún así la música está presente. El lugar está vacío. Los teólogos conversan espaciosamente. También esto se supone que es una prueba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario